El Gatopardo, la novela escrita por el príncipe siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa y llevada al cine por Luchino Visconti en 1963 ha pasado a la historia asociada a una frase que sintetiza a la perfección el oportunismo político: «Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi» (Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie).
Con motivo del 60 aniversario del estreno de Il Gattopardo, numerosas instituciones como el festival de Cannes dedican este año a rendir homenaje a la considerada obra cumbre de Luchino Visconti, basada en la novela homónima, y no menos cumbre, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Netflix, por su parte, ya ha anunciado el estreno este año de una miniserie basada en uno de los libros más importantes de la literatura italiana del siglo XX.
No obstante, el aniversario de su estreno se está reviviendo – que no recordando porque la obra es inolvidable – también en foros que poco tienen que ver con el cine o la literatura, ya que El Gatopardo pronto se convirtió en indispensable guía para políticos, historiadores, sociólogos y juristas gracias a su certera reflexión sobre lo efímero y un completo estudio de las clases sociales a la hora de encarar una revolución. De hecho, el término “gatopardismo” o el adjetivo lampedusiano han pasado a definir el cinismo con el que los partidarios del Antiguo Régimen se amoldaron al triunfo inevitable de la revolución, usándolo en su propio beneficio.
O en las mencionadas palabras de Tancredi, sobrino del príncipe siciliano que protagoniza la trama: “Si queremos que todo siga igual, necesitamos que todo cambie”. Sin embargo, el núcleo de la reflexión que plantea la obra, que en manos de Visconti se convierte en impecable película, recae sobre la fugacidad de las condiciones de vida, de los inevitables cambios de la sociedad que todos percibimos a medida que las generaciones que nos siguen crean su propio “nuevo mundo”. Y, por supuesto, sobre la forma en que reaccionamos o nos adaptamos a esa revolución tras la cual nada volverá a ser como antes. En una de las innumerables reflexiones del príncipe de Salina: “la verdad terrenal es contingente, fruto de la convención, y depende del poder para ser reconocida”. Es la historia de un tiempo que se va, de los cambios que llegan, de la decadencia que no se acepta, del momento de la pugna con los ajustes para seguir avanzando.
Película y novela, unidas para siempre
Pocas veces un gran libro encuentra una adaptación cinematográfica tan a su altura como en el caso de El Gatopardo, donde novela y película son por sí mismas dos obras maestras. Para la inmensa mayoría de los críticos, fue sin duda el mejor filme de un Visconti en estado de gracia que logró la conjunción perfecta de interpretación, dirección, fotografía, localización, guion y vestuario, todo ello arropado por una banda sonora de extrema belleza a cargo de Nino Rota.
Lo cierto es que para su indiscutible superproducción, Visconti no escatimó en recursos ni dejó al azar ningún detalle. Eligió a un excepcional reparto internacional encabezado por Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinalle, todos ellos en lo más alto de sus carreras, quienes, a las órdenes del italiano, representaron personajes de extrema realidad, llenos de matices y sensibilidades. Las escenas, tanto en exteriores como interiores, están estudiadas al milímetro y el hecho de contar con medios para su rodaje sirvió para que el filme dejara a la Historia del cine escenas míticas, como la famosísima del baile protagonizado por Alain Delon y Claudia Cardinalle. Una scena que retrata la belleza y el esplendor, incluso la arrogancia, de la juventud en un marco de decadencia donde destaca la mirada nostálgica de su tío y padrino, el anciano príncipe de Salina, que por el contrario ya mira de frente al final de sus días.
Sin embargo, todo el maravilloso trabajo cinematográfico parte de una trama, de unos personajes, de unas situaciones y reflexiones que llevan una y otra vez a su origen: la novela. Decir que Visconti apostó a caballo ganador no supone quitarle ningún mérito al cineasta que ganó con este filme la Palma de Oro en el Festival de Cannes y varios premios del Sindicato Nacional Italiano de Periodistas cinematográficos, simplemente sirve para recordar el éxito de la novela en la que se basó, galardonada en 1959 con el Premio Strega. Igual que sería injusto, por otra parte, suponer el enorme reconocimiento universal que tuvo la obra del escritor siciliano sin la “ayuda” de la película de Visconti rodada en inglés para 20th Century Fox.
Sobre si la película es tan fiel a la novela como se piensa, sigue habiendo una significativa controversia. Para algunos, el mensaje fue edulcorado por Visconti, que elimina varios capítulos del libro, como el centrado en el Padre Pirrone o los dos finales, donde se retrata magistralmente la aceptación desde la ironía, de una transformación… en la que realmente no cambia nada en lo que respecta a los mecanismos de poder, a los intereses. Simplemente, unos son sustituidos por otros. Para la mayoría, sin embargo, la película es fiel a la novela y relata sin cambiar (demasiado) el discurso sobre cómo Italia vivió la unificación, el Risorgimento, y la aristocracia se vendió al nuevo poder para no hundirse.
Escritor y director, destinos separados
Así como la novela y el filme han convivido de forma unida desde el principio, no puede decirse lo mismo de sus respectivos creadores. Por una parte, resulta curioso que tanto el escritor de la novela como el director del famoso filme pertenecieran a la aristocracia, principal “perjudicada” del gran cambio cuyo cinismo denuncia la obra, aunque es evidente que solo desde dentro podía contarse con tanto realismo lo ocurrido durante aquella época. Especialmente en el caso del escritor, Giuseppe Tomasi, él mismo un príncipe siciliano como el protagonista de su única novela, mientras que Luchino Visconti di Modrone, conde de Lonate Pozzolo, procedía de la aristocracia de Milán. Aparte de la procedencia – de enorme relevancia aunque ahora podamos pensar simplemente que ambos eran italianos -, al cineasta y al escritor les separaba además la fecha de su nacimiento: Tomasi en 1896 y Visconti en 1906, diez años que en épocas convulsas constituyen un salto generacional a tener en cuenta.
No obstante, en lo que más desigualdad hubo fue en el éxito que ambos genios tuvieron en vida en relación a esta obra. De la carrera del cineasta conocemos sus galardones y su nombre sigue siendo un indiscutible referente pero, aunque la mayoría hayamos leído El Gatopardo, de Tomasi conocemos más bien poco. Quizás porque él mismo no fue reconocido hasta después de su fallecimiento y ni siquiera llegó a ver su única novela publicada. De hecho, el manuscrito que envió fue rechazado por las editoriales Einaudi y Mondadori, negativas que le llegaron pocos días antes de su muerte y causaron una gran amargura en el escritor a quien en mayo de 1957 le había sido diagnosticado un tumor pulmonar.
En realidad, su novela – tan autobiográfica como suelen serlo las primeras novelas de los escritores - no fue publicada hasta un año después de su muerte, cuando Elena Croce, hija del escritor, filósofo y político italiano Benedetto Croce, la envió a Giorgio Bassani, director de la revista literaria Botteghe Oscure, artífice de su publicación por la emblemática casa Feltrinelli. Y como una muestra más de los errores que en tantas ocasiones cometen las editoriales, solo un año más tarde, en 1959, la novela obtuvo el Premio Strega, el más importante de narrativa en Italia y en 1960 llevaba ya más de cincuenta ediciones convirtiéndose en el primer superventas italiano.
De hecho, la novela sigue estando hoy entre los libros más leídos. Sus temas, más allá del relato histórico del movimiento unificador italiano, son universales. Y esta obra permite una lectura en clave existencial que trasciende su contenido histórico y político. El relato del príncipe de Salina se produce en Sicilia y en un episodio clave de la historia contemporánea de Italia: el Risorgimento, versión nacional de las revoluciones liberales decimonónicas que ponen fin al Antiguo Régimen, pero es susceptible de trasladarse a otro lugar, otra época. El Gatopardo narra las vicisitudes de la Casa de Salina ante la unificación italiana en un arco temporal que va de 1860 a 1862. La primera fecha coincide con el desembarco en Marsala de las tropas de Giuseppe Garibaldi, y la segunda, con su detención en la batalla de Aspromonte, que frena su tentativa de conquistar Roma. Un proceso histórico de fondo que supone la proclamación del nuevo reino de Italia, el nacimiento de un país que vio en la unidad de los numerosos reinos y ducados que llevaban siglos bajo la dominación de unos y otros la única forma de enfrentarse a su destino.
Próximo reto de 'El Gatopardo' (y de Netflix)
La plataforma audiovisual ya ha finalizado la miniserie El Gatopardo, de seis capítulos, rodada entre Palermo, Siracusa y Catania. Su estreno está previsto precisamente para que coincida con el 60 aniversario de la película de Visconti, aunque su director, Tom Shankland, no ha dejado de aclarar en las numerosas entrevistas de promoción que no le asusta la comparación que pueda hacerse con la obra maestra protagonizada por Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale. “Esta serie no intenta ser un remake de la película o una imitación, sería ridículo”, lleva meses insistiendo el famoso director de series como La Serpiente o Los miserables. Porque su verdadero objetivo ha sido “explorar el libro de Tomaso di Lampedusa, que también sirvió de base al film de Visconti”.
Su inspiración solo le ha llegado de un sueño que él tenía desde la infancia: “Me he basado en la novela escrita, recordemos, hace 65 años, que he leído, estudiado, amado, decenas de veces desde que era niño”. Porque, el padre del guionista y director británico era profesor de literatura italiana y tenía predilección por los autores sicilianos, desde Sciascia hasta Lampedusa. Por ello, El Gatopardo formaba parte de la biblioteca de casa, ocupando en realidad un lugar especial, ese libro que su padre animaba a leer y releer “porque en cada capítulo había una historia por descubrir”.
Y Tom Shankland, como Visconti en su día, tampoco ha querido dejar detalles al azar. De hecho, para quienes vean la versión original será la oportunidad de escuchar las formas de hablar de las distintas clases sociales en la época en la que ocurrieron los hechos. El director de la serie producida por Indiana Production y Moonage Pictures recurrió a un coach para que los actores incorporaran el acento siciliano. Más aún, el cineasta británico ha desvelado que recurrieron a la princesa Vittoria Alliata como asesora para saber cómo hablaban los nobles en ese momento.
En cualquier caso, el aniversario seguro que servirá para que quienes aún no hayan visto el largometraje de Visconti ni leído la novela de Lampedusa se acerquen a este gran clásico de la universal reflexión a la que, antes o después, todos llegamos al final de nuestros días. Como también hacen en la novela aquellos dos jóvenes que bailaban ante la nostálgica mirada de Fabrizio: “(…) Aquéllos fueron los días mejores de la vida de Tancredi y de la de Angelica, vidas que hubieron de ser luego tan movidas y tan pecaminosas sobre el inevitable fondo de dolor. Pero ellos entonces no lo sabían y perseguían un porvenir que consideraban más concreto, aunque luego resultase haber estado formado solamente de humo y viento. Cuando se hicieron viejos e inútilmente prudentes, sus pensamientos volvieron a aquellos días con una insistente nostalgia: habían sido los días del deseo presente siempre, porque siempre fue vencido, de muchos lechos que se les ofrecieron y que fueron rechazados, del estímulo sensual, que precisamente por inhibido, por un instante se había sublimado en renuncia, es decir convertido en verdadero amor”.